11 de febrer del 2013

La vida tiene cosquillas.

Hoy empezó mi tercera semana de prácticas. Aunque los lunes no tengo que ir, les dije a mis tutoras de prácticas que si podría ver pacientes, quería venir, así que estoy haciendo horas extras.
Desde la primera semana que me han decepcionado un montón las prácticas. Casi que tengo más tareas "teóricas" que "prácticas" y eso que se llaman prácticas. En lo que llevo, contando el día de hoy, habré visto siete pacientes. Y, antes de los dos de hoy, sólo he visto dos veces lo que yo tendría que aplicar y me dejarán hacer.
Hoy ha sido el día D. Me han dejado aplicar un protocolo, lo estaba esperando con ganas, pero después de que hubiera tenido la oportunidad de verlo aplicar cada día..., algo que ha brillado por su ausencia. Con tan sólo dos veces, las tutoras han considerado que ya era hora (claro, sin tener en cuenta que sólo lo había visto dos veces). Cuando me lo han comentando, les he respondido diciéndoles que no me sentía preparada y que necesitaba observar algunos más. Pero han pasado de mí. 
Creo que hay pocas personas en el mundo que, sin tener práctica o conocimientos de enseñanza, se les dé bien enseñar, especialmente a niveles educativos superiores. Así que mis tutoras, no cayendo en la cuenta de que algo que para ellas es tan básico y sencillo, y que han hecho cien mil veces, me han lanzado a los leones. Y así ha ido, fatal. Además de que me han escogido un paciente tremendamente difícil para empezar.
Cuando he acabado, no sin que durante la entrevista una de las tutoras me pisara las palabras y en bastantes ocasiones, no me dejara reconducir la entrevista porque creía (ella) que no lo podría hacer, me he visto super frustrada y me ha echado la bronca. Debido a mi super exigencia conmigo misma y mi super sensibilidad, he tenido que contenerme las lágrimas hasta que ya no he podido más y han saltado de mis conjuntivas, algo con lo que todavía me he sentido más mal, porque no quería que la tutora me viera floja o que tuviera compasión de mí (aunque se ha pasado bastante).
Menos mal, que la compañera de máster con la que estaba me ha dicho que ella en su primer día, lo hizo fatal y que cuando acabó no paró de llorar.
Aunque no me están gustando mis prácticas, ya no sólo por lo de hoy. Sino porque desde que empecé, apenas he podido observar pacientes y he estado la mayoría de mis 20 horas a la semana entre artículos, charlas de formación,... Algo que para mí, no cumple con mis expectativas, ya que aunque no pudiera aplicar el dichoso protocolo, me conformaba con que no pudiera intervenir en nada, pero pudiera observar cada día dos o tres pacientes. Para mí la observación, a estas alturas es fundamental y me ayuda mucho a aprender cómo hacer las cosas. Pero no lo estoy teniendo.
Además, las tutoras parece como si les molestara que les preguntara si tendrán pacientes o qué despacho queda libre o les haga alguna pregunta..., me miran con caras largas y con ojos de "qué pesada!". Pero el primer día me dijeron que las persiguiera porque ellas van a su rollo y se olvidan de avisar cuando llega un paciente... Así que no las comprendo... 
Y hoy, para más inri, la compañera de máster le dice que si puede tomar nota y le dice que sí. Algo que des del principio me dijo que no podía hacer!! Y para suavizarlo, me dice que si yo tomo muchas notas!!!! Y qué más le da, tomo las que considero oportunas para mi aprendizaje. Y, además, sé perfectamente, que teniendo según que pacientes con qué patologías, no es aconsejable estar escribiendo un montón más que lo justo, pero no ninguna!
Hasta el moño estoy ya. No estoy aprendiendo nada. Me parece todo super protocolario, esquemático y encasillado. Tampoco sin ser psicóloga clínica se puede intervenir en la pública, así que una se siente super frustrada cuando quiere escuchar a un paciente y luego le dan la bronca diciéndole que se tiene que ceñir a las preguntas. Entiendo que esos protocolos sirvan para estudios, pero no tratamos con muñecos de carne y hueso desprovistos de corazón y mente, y eso es lo que me parece que acaba pasando se deshumaniza al ser humano. No me gusta.
Y para acabar el pastel, pondremos la guinda. Llevos esperando desde que empecé para ver pacientes con la psiquiatra, pero creo que no le gusta tener estudiantes con ella. Ya van dos veces que vengo super puntual, dándome el palizón de venir y madrugar para nada. Y encima, un día que llego 25 minutos más tarde porque se me escapa el tren, a una de las tutoras, se le ocurre llegar temprano (cuando nunca o casi nunca lo hacen) y empezar a pasar visita. Cuando llego, me quedo sin observar y la tutora me tira en cara que haya llegado tarde. Esto me molesta, sé que ella es la tutora, pero la mejor enseñanza es la que se da con el ejemplo, así que llegue usted a su hora y no me haga perder 15 minutos todos los días hasta que aparece por el centro.

Para terminar el día de hoy, llegando a casa, a una parada de mi destino. El tren se estropea y nos hacen bajar a todos y, eso que ya llevaba retraso. Íbamos todos apretujados, no cabía ni un alfiler en el tren, así que cuando tuvimos que bajar, aquello parecía una marabunta, no se veía el andén de tanta gente que había. Algunos ni se esperaban a pasar por el paso superior, cruzaban las vías. Yo, harta ya del día y del tren (Sr. Rajoy, menos AVE para fardar e invierta en los cercanías de los que se ganan el pan cada día), decidía salir de la estación y coger el bus, aunque llegara más tarde. El bus llegó casi a los 15 minutos después. Mientras tanto, un chico con algún trastorno, una mujer que trabaja en Palamós y un poco pirada, y una mujer de Marruecos y yo, hablábamos sobre el frío que hacía. La mujer del trabajo en Palamós era muy grosera, tenía unos 60 y largos, no se callaba y de tantas tonterías que soltaba se me escapaba la risa. El señor de al lado, que sería de las primeras veces que venía a la ciudad porque no sabía que bus coger, también sonreía de las tonterías que escuchaba hablar a la mujer.
Ya una vez dentro del bus, saludé a la mujer marroquí que había entrado antes y detrás quedó la mujer de Palamós. A mi lado estaba sentado el chico con algún trastorno que no paró de mirarme todo el trayecto, aunque yo miré para otro lado porque me incomoda este tipo de situaciones. La mujer de Palamós se sentó al principio del bus y encontró a un conocido, con el que fue discutiendo sobre si el mejor equipo de fútbol era el Barça o el Madrid. El bus no arrancaba, delante tenía un camión de la basura. La mujer de Palamós se puso a chillar "visca el Barça" y a decir una frasecilla de estas para chinchar al Madrid. En el bus, algunos coreaban "visca el Barça", otra vez se me escapaba la risa, por lo surrealista que me parecía ya todo el día de hoy.
Y es que, al final, más vale que te lo tomes con humor y te rías, porque los malos tragos, se pasan mejor.

Gemma Ruiz.

2 de febrer del 2013

Música maestro: entró una genia.

Si veo una película por la noche o escucha música, me duermo. En especial, si me he levantado temprano.

Ayer por la noche fuí al Teatre Principal de Sabadell, fue improvisado. A 25 min de empezar el acto, mi hermana me llamó por si quería ir a escuchar música al Teatre, gracias a unas entradas que le daban en su trabajo de profesora de piano. En pocas palabras me quedé con: orquesta, pianista, Beethoven.
A correprisa, me planté en el Teatre, menos mal que mi casa no queda muy lejos. Las localidades no eran muy buenas, pero si te las regalan di que sí. Tan rápido fue todo, que no caí en coger un programa a la entrada. Menos mal que la mujer de al lado me prestó el programa y pude ver poco antes del comienzo, la estructura que iba a seguir. 

Después de hacer levantar a la mitad de la fila para sentarme en mi asiento (los pasillos eran muy estrechos, ya que con la remodelación quisieron aprovechar el espacio y poner más butacas), por fin había llegado. ¡Música maestro! Entró la orquesta y empezaron a dar golpes con los pies al suelo, llevando el ritmo de "We will rock you" de Queen, hicieron el coro. El director de la orquesta explicó que algunas de las piezas que iban a tocar nos recordarían las notas de esa canción. Acto seguido, la orquesta tocó espectacularmente canciones al estilo banda sonora. ¡Precioso! 

Y llegaron al descanso. Con lo que aproveché para bajar a buscar un programa. Otra vez, la fila tuvo que levantarse, menos mal que ya habían unos cuantos fuera. Volví con mi programa justo a tiempo. Cuando llegué habían traído el piano de cola al frente.

Uno a uno entraron los miembros de la orquesta, salvo algunos que sólo actuaron en la primera parte. Era el turno de la solista, la pianista Gabriela Montero. La venezolana entró en la sala con brillo y con cercanía latina, besó a la primer violín y el director. Cogió el micro y dió una breve introducción sobre la obra que iba a interpretar "Expatria", sobre la violencia y situación hostil que vive su país, un grito de auxilio, un revés a los demás países del mundo. No pude aguantar que se me cayeran algunas lágrimas, quizás recordando los relatos de los chicos venezolanos de la iglesia de Tenerife o el asesinato del padre de uno de ellos este pasado año.

¡Increíble, bárbara, qué elegancia tocando el piano!. ¡Cómo hablan las teclas que ella toca en el piano!. Y cuando miras sus manos, hacen delicados gestos sobre el teclado, ¡qué lindo! ¡Qué bonita historia la que contaba su melodía, qué buen empaste con la orquesta! 

A continuación interpretó una pieza de Beethoven, muy bonita, pero cuando llegó al adagio, me quedé dormida. Estaba tan tranquila escuchando, ¡qué a gusto! Pero ya con el rondó volvió el allegro y desperté.

Entre aplausos y aplausos que no encontraban su fin, la pianista salía una y otra vez al escenario para hacer reverencias en motivo de gratitud. Volvió a coger el micro y nos planteó un pequeño juego a los allí presentes. Se trataba de que el público tatareáramos alguna canción y ella improvisaría incluyendo el tarareo. La primera que el público tarareó: el estribillo del "Cant de la Senyera" y ella en un pis pas, sacó las notas de lo que le había cantado el público. A partir de ahí improvisó una nueva obra, ¡tremenda!
Los aplausos y bravos no se agotaban y volvió para seguir jugando con nosotros. Esta vez fue una nocturna de Chopin. ¡Qué maravilla! ¿A quién se le hubiera ocurrido mezclar y versionar una nocturna de Chopin con gotas de jazz, salsa y ritmos latinos? Gabriela Montero, una genia.

Gemma Ruiz.